28 de maig del 2010

Sobre el proceso de industrialización de las artes escénicas

Hay dos posturas en litigio en relación al proceso de industrialización de las artes escénicas en España. Los que creen que las artes escénicas son esencialmente anti-industriales y los que creen que la industrialización es el único camino para superar complejos y prejuicios. Como ya no son tiempos de dogmas, vamos a dar argumentos Hay dos posturas en litigio en relación al proceso de industrialización de las artes escénicas en España. Los que creen que las artes escénicas son esencialmente anti-industriales y los que creen que la industrialización es el único camino para superar complejos y prejuicios. Como ya no son tiempos de dogmas, vamos a dar argumentos sobre el tema para que cada uno se posicione como quiera.


Antes defino mi postura, que no tiene nada que ver con el eclecticismo: creo que hay que pasar de la disyunción a la copulación. O sea, que estoy convencido de que lo comercial y lo minoritario se refuerzan y necesitan.
Todos estamos de acuerdo en que la calidad es irrenunciable. Nos costará más definir qué es calidad en artes escénicas, aunque muchos lo hayan intentado. El amigo Robert Muro escribió hace casi un año que sería necio afirmar que el arte permite similares niveles de objetivación que otras actividades humanas, tan necio como afirmar que el arte no permite ningún nivel de objetivación, ningún criterio de evaluación compartido globalmente por cuantos participan, creadores y receptores, y que se pueden establecer parámetros objetivos de calidad. Podemos distinguir dos conceptos de calidad: la calidad absoluta (cuando un producto concuerda con los parámetros de calidad establecidos) y la calidad relativa (cuando el receptor considera que un producto o servicio satisface plenamente sus expectativas). Aquí no vamos a diseccionar el concepto de calidad, sólo apuntar que es imprescindible.
Se comete un reduccionismo asociando la calidad con lo minoritario. No hay ninguna razón para defender que los gustos de las mayorías son de menor calidad que los de las minorías. Lo comercial es lo que gusta a muchos, independientemente de su calidad. Joan Lluís Bozzo, director artístico de Dagoll-Dagom, siempre ha dicho que su objetivo artístico es hacer producciones escénicas de calidad para el gran público.
François Colbert dice que en todos los países desarrollados un 20% de los ciudadanos adultos tienen estudios superiores y que éstos son el público objetivo de lo que llama “gran arte”. En España, según un estudio del CYD, en el año 2005 había un 22% de ciudadanos mayores de 15 años con estudios superiores que tenían una tasa de actividad laboral del 81,7%, mientras en los que tenían estudios primarios era del 30,4%. Estas grandes diferencias en las tasas de actividad laboral probablemente son aplicables al consumo cultural. Los ciudadanos con estudios superiores tienen un perfil sociodemográfico definido y su mayor voracidad y capacidad cultural tiene que ver con lo que han asimilado en el entorno social primario y en el proceso de aprendizaje formal. En definitiva, que algo más de un 20% de la población adulta de España tiene capacidad de descodificación de productos culturales complejos, o sea, de gran arte. El resto de población, nos guste o no, sólo puede descodificar y gozar productos culturales simples.
La complejidad de una expresión escénica no es per se condición de calidad. En el ámbito gastronómico estaríamos de acuerdo que hay manjares simples (como unos huevos fritos) que pueden ser de excelente calidad, y manjares complejos (una deconstrucción de Ferran Adriá por ejemplo) que también pueden conseguirla, aunque muchos buscan la complejidad gastronómica sin acierto y ofrecen productos complejos de mala calidad.
Si la calidad puede estar en lo simple y en lo complejo, para qué complicarnos la vida andando por el camino de la complejidad? Lo complejo nos da muchos más registros! Un manjar de Ferran Adrià deconstruye las sensaciones integradas en un plato tradicional y las reconstruye en otro formato y, seguramente, en otra secuencia perceptiva. La posibilidad de disfrutar de distintas secuencias perceptivas buscando combinaciones insólitas nos puede conducir a un goce gastronómico sin precedentes. Tal vez un día nos apetece degustar un manjar complejo y al día siguiente entregarnos a la simplicidad de unos huevos fritos. En lo simple también hay parámetros de calidad: lo que han comido las gallinas, el tiempo transcurrido y condiciones de almacenaje, el grado de cocción, la calidad del aceite, el contexto de degustación, etc.
Volvamos a lo escénico. Hay una pequeña parte de población que prefiere y es capaz de disfrutar de productos escénicos complejos, y hay una mayoría que prefiere productos escénicos simples. Lo complejo y minoritario hay que producirlo inevitablemente de forma artesana y degustarlo en recintos de pequeño formato. Pero lo comercial o mayoritario permite dos modalidades de producción: la artesana y la industrial. La palabra “industrial” no significa más que una forma de producción seriada que permita reducir costes y, por lo tanto, aumentar su accesibilidad. Las empresas escénicas de España tienen afán de lucro pero también tienen actitud de servicio público y en su código ético existe la voluntad de retorno de beneficios a la sociedad.
Cada representación escénica es una experiencia singular que se produce en un espacio escénico con un aforo limitado. Es imposible seriar la producción escénica manteniendo la imprescindible calidad, pero se pueden generar economías de escala en el proceso de explotación. Apuntamos dos estrategias: la reducción de costes estructurales y la optimización de costes variables. Para reducir los costes estructurales de una representación hay que conseguir muchas representaciones. Para optimizar los costes variables de explotación hay que planificar bien los procesos y conseguir financiación a bajo coste. Ambas cosas se consiguen con la concentración de recursos y con la profesionalización y especialización de los gestores escénicos. A esta manera de trabajar en cultura se la llama “industria cultural” aunque tal vez la palabra no sea la más acertada.
La reflexión propuesta nos lleva a algunas conclusiones:
  • Que tanto en lo minoritario como en lo comercial siempre hay que buscar la calidad.
  • Que el proceso de industrialización de las artes escénicas es un intento de reducir costes en los productos que tienen un público objetivo de gran tamaño para conseguir que sean asequibles.
  • Que la necesidad de industrializar el sector no reduce la necesidad de seguir ofreciendo productos artesanos de alto coste (a cargo del espectador, de las instituciones públicas o de patrocinadores).
  • Que ambas modalidades no sólo son compatibles sino que son complementarias y se refuerzan mutuamente, como la alta costura y el prêt à porter.
  • Que las Administraciones Públicas tienen que seguir regulando el mercado para evitar que las artes escénicas sean dependientes de la oferta y la demanda ya que, por su naturaleza, son un activo importante para el desarrollo personal y comunitario.
Además, después de la crisis financiera que estamos sufriendo, ya nadie cree en el libre mercado: el desarrollo social satisfactorio depende de la capacidad de iniciativa de los operadores privados pero también de la aportación discriminada de recursos públicos a proyectos de calidad e interés comunitario con mercado insuficiente para sostener su explotación.
El debate está servido.

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