El 5 de febrero del 2011 se celebró en Barcelona el I Festival Crowdfunding de España. El 7 de abril en Madrid. Los organizó el colectivo CDG (Compartir Dóna Gustet). Podéis tener más información en: http://compartirdonagustet.net/.
El crowdfunding es una modalidad de micropatrocinio basado en la aportación masiva de pequeños pagos gestionados a través de plataformas que operan en internet. Las tecnologías digitales e internet han hecho viable la captación de micropagos en un momento en que los públicos quieren dejar de ser meros consumidores para convertirse en participantes y coproductores de los proyectos culturales que les interesan. La voluntad de empoderamiento de los públicos de la generación web 2.0 es lo que permite que hayan tenido tanto éxito las plataformas emergentes de micropatrocinio.
La primera experiencia tuvo lugar en EEUU. Kickstarter creó la primera plataforma en abril 2009 y desde entonces ha recaudado más de 20 millones de euros para más de 500 proyectos. En España existen ya diversas plataformas operativas. Sin ánimo de exhaustividad podemos citar a Verkami, Lanzanos, Ivnus, Guifi, Fandyu, etc.
El funcionamiento de las plataformas es similar. Los promotores de un proyecto cultural cuelgan una sinopsis del mismo en la plataforma indicando el importe que deben recaudar para que sea viable y el plazo para obtenerlo. Si se consigue la plataforma aporta a los promotores del proyecto el importe recaudado descontando los gastos de gestión, y si un proyecto no consigue el importe indicado en el plazo establecido no se hace efectivo el patrocinio solicitado y los promotores deberán buscar otra vía de financiación.
El crowdfunding, una nueva manera de financiar un proyecto cultural “bottom-up” (de arriba a abajo, ya que son los potenciales consumidores los que aportan el dinero a los fundadores o promotores de un proyecto), ya se ha introducido en nuestra práctica social. De hecho es una nueva forma de asociacionismo cultural: asociaciones virtuales de ciudadanos interesados en un proyecto aportan sus recursos para hacerlo viable. A cambio piden complicidad y algunos privilegios: información avanzada y completa sobre su desarrollo, participación en actividades exclusivas, posibilidad de aportar ideas y opiniones, etc. Es un procedimiento democrático muy transparente para medir el interés social de los proyectos culturales y para ver qué grado de implicación consiguen activar.
En unos momentos en los que se reduce la aportación de recursos públicos a la producción y a la programación escénica, ¿tenemos que mirar al crowdfunding como alternativa o complemento? ¿Puede hacer innecesaria la intervención de los bancos como agentes financieros de muchos proyectos escénicos? ¿Es sólo una moda?
El tiempo lo dirá. Pero lo que está claro es que la financiación de los proyectos escénicos ya no debe concebirse en la forma dual tradicional (ingresos de explotación más subvención) sino de una forma más compleja. En la financiación de un espacio escénico, por ejemplo, hay que contemplar múltiples fuentes de ingresos: ingresos por ventas (taquilla), ingresos por prestaciones (cesión de uso de las instalaciones, producción de actos, servicios técnicos o de sala, etc.), ingresos por subvenciones o por aportación del titular, ingresos por patrocinios y mecenazgo, ingresos marginales (cafetería, merchandising y otros).
Dentro de los ingresos por patrocinio hay que distinguir los patrocinios tradicionales de empresas o de medios de comunicación de los micropatrocinios o patrocinios sociales masivos. El Festival Temporada Alta se financia sustancialmente de micropatrocinios de empresas del entorno y a través de la compra de grupos de entradas a precio doble. El Teatro Kursaal, en su construcción y posteriormente en su gestión a través de la asociación El Galliner, ha sido viable gracias a la implicación social en algunos casos en forma de micropatrocinio. Las plataformas de crowdfunding indicadas añaden una nueva modalidad de patrocinio aprovechando las oportunidades que ofrecen internet y las redes sociales.
Lo que es imprescindible es que, en el nuevo contexto económico, nuestra sociedad desarrolle la cultura del patrocinio igual que la ilusión de una sociedad del bienestar desarrolló la cultura de la subvención. Ahora que parece que la bota de san Ferreolo de las Administraciones Públicas irá definiendo sus límites es necesario que aprendamos a captar capital privado, no sólo de los espectadores consolidados en forma de ingresos de taquilla sino también de todos los agentes sociales que se benefician directa o indirectamente de la existencia de una programación escénica estable en un territorio determinado.
Y para desarrollar una cultura del patrocinio que promueva la implicación de la sociedad en los proyectos culturales es necesario que exista una norma jurídica que establezca incentivos fiscales para que la rueda empiece a girar. ¿Cuándo tendremos una ley de patrocinio y mecenazgo que establezca incentivos fiscales no sólo para los grandes acontecimientos “de excepcional interés público” sino para todos los proyectos culturales ordinarios que tengan interés social?. Hay que recordar, además, que la necesidad de promover la captación de recursos privados en forma de patrocinio para financiar proyectos culturales no exime a las administraciones públicas de su obligación de asegurar una aportación estable de recursos públicos al fomento de las prácticas culturales.
Tal vez el crowdfunding no permitirá decir adiós a los bancos, pero estoy seguro que nos ayudará a tomar consciencia de la capacidad de implicación de los públicos en los proyectos culturales y de la necesidad de programar “con” los públicos en lugar de programar “para” los públicos.
Publicado en Artez www.artezblai.com
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