El día 12 de diciembre, en el acto inaugural de
Mercartes, se leyó un Manifiesto de las entidades organizadoras que hace un
Llamamiento a las Administraciones Públicas para que, entre otras medidas, desarrollen políticas de comunicación para que los
ciudadanos valoren la aportación de las artes escénicas en el desarrollo
personal, social y económico.
La recuperación del IVA reducido, la participación en la
elaboración de la Ley de Mecenazgo y el mantenimiento de los recursos aportados
para garantizar el sostenimiento de la actividad del sector, especialmente en
la oferta de programaciones estables, son medidas urgentes. Pero considero que la
presencia de las artes escénicas en el sistema educativo y el incremento de
valor social de las artes escénicas son las dos medidas más importantes que
plantea el Manifiesto. En las líneas que siguen pretendo argumentarlo.
Durante las tres décadas anteriores la oferta de artes
escénicas ha crecido en cantidad y diversidad. Podemos estar satisfechos del
trabajo realizado entre todos los agentes del sector. Sin embargo, hemos creado oferta perdiendo valor.
Estoy convencido que el sector ha dedicado toda su
energía a generar oferta y se ha olvidado de mantener o desarrollar el arraigo
social de las prácticas escénicas. Esto se hace evidente cuando, a la hora de
establecer prioridades sociales en un contexto de escasez de recursos, las artes
escénicas están en la cola. El Gobierno puede desmantelar fácilmente al sector
porque sabe que no encontrará resistencia ciudadana. En los planteamientos
retóricos y populistas de los gobernantes, los ciudadanos prefieren asegurar
las camas de hospitales.
La pérdida de valor se ha producido, en primer lugar,
porque hemos desarrollado oferta transformando
a los públicos escénicos de cómplices a clientes. Las compañías históricas
han perdido la relación directa con sus públicos de origen, ahora la mediatizan
los espacios escénicos que ofrecen sus producciones y que, incluso, han
externalizado la venta de entradas porque conciben a sus públicos sólo como
potenciales compradores de entradas.
Esto me parece lógico en los espacios escénicos de
centralidad que buscan una programación de excelencia y la creación de valor de
existencia, pero en los espacios escénicos de proximidad, o sea los teatros y
auditorios municipales, no tiene sentido una relación cliente-proveedor. La
función de estos equipamientos es implicar a los ciudadanos en el mantenimiento
y desarrollo de las prácticas escénicas en la cotidianidad de los ciudadanos.
¿Cómo podemos recuperar
la complicidad perdida? ¿Cómo podemos recuperar el valor social de las
prácticas escénicas?
Considero que para que surja y se desarrolle la
complicidad y el compromiso hay que ofrecer un humus que contenga, como
mínimo, estos nutrientes:
1.
La
existencia de prácticas escénicas amateur para recuperar el arraigo social.
Es importante que en la cotidianidad de los ciudadanos
estén presentes las prácticas escénicas para que puedan apreciar su valor en el
desarrollo personal y social. Las prácticas escénicas amateur son las que
tienen mayor capacidad de penetración social y menor coste. Las
Administraciones Locales pueden apoyar las prácticas de formaciones amateur facilitando
espacios de ensayo y de exhibición y colaborando en el aprendizaje técnico y
creativo de sus participantes. Cuando los agentes profesionales desprecian el
valor de las prácticas amateur cometen un gran error: sin ellas no puede haber
un desarrollo profesional ni industrial satisfactorio. Son las raíces del
sistema escénico.
2.
El
fomento de las artes escénicas de calle como interface.
Las actividades escénicas que se desarrollan en los
espacios públicos colaboran de forma muy notable a la consecución de su visibilidad
social y en la captación de nuevos públicos. No son prácticas ajenas a las
programaciones que se producen en el interior de los recintos, son su interface (superficie de contacto) con
los ciudadanos. Todas las programaciones escénicas que se realizan en espacios
cerrados deberían tener su interface en
espacios abiertos para contar a los ciudadanos lo que se les ofrece y poder
dialogar con ellos. Sin interface,
las programaciones escénicas encerradas en los recintos se van distanciando de
las prácticas cotidianas de los ciudadanos.
3.
La
presencia de prácticas escénicas en el sistema educativo.
No se trata de escolarizar el teatro sino de dar la
oportunidad a los alumnos de participar en prácticas escénicas. Participar como
grupos de alumnos en la oferta escénica del entorno y desarrollar prácticas
escénicas en el propio centro. Si en el desarrollo personal no hay experiencia
escénica, en la creación del sistema de valores y hábitos personales las artes
escénicas no tendrán ningún valor. Sólo un 20% de los ciudadanos tienen la
oportunidad de participar en experiencias escénicas en su entorno familiar, el
80% restante sólo puede acceder a ellas a través de la escuela. Esta es la gran
responsabilidad de las Administraciones Públicas que tienen competencias en el
sistema educativo. Además, hay prácticas de excelencia de algunos espacios
escénicos y entidades que nos muestran las oportunidades que ofrecen.
4.
La
implicación de las formaciones artísticas profesionales en el desarrollo
comunitario
Las compañías profesionales deben recuperar la relación
directa con los ciudadanos implicándose en el desarrollo de las comunidades
locales. Conocemos los efectos positivos de las residencias artísticas. Todos
los espacios escénicos de proximidad deberían tener compañías o artistas
residentes que interactuaran con la comunidad para obtener inputs que alimenten sus creaciones y para que puedan aportar sus
activos al desarrollo de las comunidades territoriales.
5.
La gestión
relacional de espectadores para fomentar su compromiso escénico.
En la comercialización de bienes de consumo los modelos transaccionales
se muestran eficaces, pero en la gestión de espectadores debemos aplicar
modelos relacionales que nos ayudan a establecer relaciones de largo recorrido basadas
en la satisfacción y la confianza mutua. Esta forma de relación permite
implicar o comprometer a los espectadores en el proyecto escénico y darles la
oportunidad de participar en la toma de decisiones. Estos procesos llevan a la
creación progresiva de una comunidad de espectadores comprometidos con el
desarrollo del proyecto y permiten al programador convertirse en comunity manager ejerciendo funciones de
prescriptor, formador y dinamizador.
Publicado en Artez
www.artezblai.com
Molt interessant. És una tasca de molt temps fer de les arts en general una cosa quotidiana i present en tots els àmbits. Espero que ho arribem a aconseguir.
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