A finales del 2003 el INAEM firmó un protocolo de colaboración con la FEMP
para desarrollar el programa Platea
que tiene como objetivo promover la circulación de espectáculos de artes
escénicas en espacios de las entidades locales. Su finalidad es reactivar y
enriquecer la programación cultural para facilitar el acceso de los ciudadanos
a la cultura.
En las mismas fechas el gobierno de Catalunya presentó
el programa Escena 25 destinado a
promover el acceso de los jóvenes de 18 a 25 años a las artes escénicas con la
colaboración de más de 70 teatros y salas de concierto. Para acceder a los
precios promocionales de la campaña los jóvenes deben registrarse en una base de
datos y abonar 25 euros. En un primer balance de resultados se valoró muy
positivamente que se hubieran inscrito 25.000 jóvenes de los cuáles un 90% era
la primera vez que iban a un teatro. Como valor añadido se había conseguido
tener una base de datos con mucha información sobre las preferencias de estos
jóvenes que podía ser una buena base para desarrollar en el futuro estrategias
de gestión de públicos.
Ambas campañas tienen en común el propósito de promover el acceso de los ciudadanos a las
artes escénicas, una de ellas centrada en la oferta (reactivar las
programaciones de proximidad) y la otra centrada en la demanda (mejorar las condiciones de accesibilidad). Ambas son
también dos acciones promovidas desde un discurso (la accesibilidad) pero sin
un marco estratégico que las sustente, por lo que habrá que ver qué continuidad
tienen en los próximos años. Si sólo se trata de una "mascletà"
tendremos que hablar de una oportunidad perdida.
Hay que recordar que las políticas de accesibilidad al
consumo se enmarcan en el paradigma de
la democratización cultural y que en la mayoría de casos se han
desarrollado sobre una estrategia errónea: pensar que el desarrollo de oferta
genera demanda. El tiempo ha demostrado que la oferta, como máximo, activa la
demanda latente. Hay un notable consenso en pensar que son necesarias políticas
de fomento de la accesibilidad y que hay más barreras que la económica. Escena
25 pretendre eliminar la barrera
económica con unos precios promocionales durante el período de un mes: aún
no sabemos si durante la campaña los jóvenes han ido al teatro para aprovechar
una oportunidad de consumo o movidos por el interés de las propuestas
escénicas. Dentro de un tiempo sabremos si este 90% de jóvenes que han ido por
primera vez al teatro han repetido como espectadores, en este caso habría que felicitar
a los promotores e invertir todos los recursos disponibles en un programa de
estas características.
Hay otras barreras
objetivas al consumo como la movilidad, los horarios, la información adecuada,
etc. que deberían ser objeto también de campañas de accesibilidad, pero las principales barreras son mentales o
actitudinales como la concepción de que las artes escénicas son aburridas o
que son prácticas de otros grupos sociales, de acuerdo con las consideraciones
de Pierre Bourdieu sobre la
distinción social. No hace falta argumentar que en el fondo los intereses se
basan en valores y que si los ciudadanos perciben valor en una propuesta
escénica buscarán la manera de participar en ella.
Esto debemos aplicarlo principalmente en la reflexión
sobre qué hay que hacer para que los
jóvenes vayan al teatro. Es interesante un estudio realizado por el
sociólogo Sergi Mosteiro sobre los jóvenes de 18 a 25 años a partir de
una encuesta. La investigación llegó a la conclusión de que la etiqueta joven
había perdido su significado fundacional y que actualmente estaba asociada a
dos etiquetas significativas: nuevas
tecnologías y conectividad. Los jóvenes 18-25, llamados Generación Y, son digitales nativos, viven
pegados a una pantalla y se relacionan por Internet, son multitárea,
productores y consumidores culturales al mismo tiempo. La cultura institucional no forma parte de su universo. Sus
preferencias son quedar con sus amigos y
hacer cosas juntos. Consideran que la
cultura y el ocio son cosas distintas, aunque el teatro se situa a una
cierta equidistancia de ambas prácticas. En una proyección estadística el autor
concluye que hay un 4% de probabilidades
de que vayan al teatro los jóvenes de familias con bajo nivel cultural,
mientras que hay un 44% de probabilidad en los casos de familias con recursos
culturales y un grado consolidado de bienestar.
Con los datos aportados por Sergi Mosteiro parece
lógico que la mayoría de programaciones escénicas no interesen a los jóvenes,
tanto por sus contenidos como por el contexto de consumo. Considero que hace
falta una reflexión en profundidad sobre las
propuestas escénicas que hay que
ofrecer a los ciudadanos de la Generación Y porque su vida gira alrededor
de una pantalla, son multiárea, se expresan con mensajes cortos y lo que más
les apetece es quedar con sus amigos. Hay que repensar los contenidos, pero lo que hay que transformar más es el
contexto de consumo.
Si los jóvenes 18-25 sólo irán al teatro cuando lo perciban
como una actividad de ocio en grupo lo primero que hay que hacer es desinstitucionalizar los espacios escénicos.
Deben ser pensados como espacios relacionales que ofrecen experiencias
artísticas en vivo. La necesidad
relacional es la primera que hay que satisfacer, y la experiencia escénica es el valor añadido. A los teatros deben
poder acceder los jóvenes para tomar algo, para estar juntos y relacionarse con
el mundo a través de sus dispositivos tecnológicos y, una vez allí, hay que
tentarles con las propuestas escénicas que hemos pensado para ellos.
Se encontrarán a gustos si están solos, si no tienen
que compartir el espacio escénico con adultos o niños, si durante una franja de tiempo aquel lugar es
para ellos. Esto me lleva a la necesidad de pensar el espacio escénico como un espacio de todos pero ocupado por
franjas de tiempo, como las plazas públicas. Seguramente las mañanas de los
días laborables podemos ofrecer las instalaciones a los centros escolares para
que hagan allí prácticas artísticas en vivo, seguramente a primera hora de la
tarde podemos abrir las puertas de par en par a los jubilados o personas que
prefieren actividades diurnas, seguramente la franja de tiempo poslaboral (de 8
a 10 de la noche) puede dedicarse más a los públicos adultos activos, y puede
haber una franja golfa para jóvenes los jueves y viernes. Tal vez preferimos
organizar los usos por días semanales o de otra forma en función de los hábitos
locales.
La tesis que sustento es, en definitiva, que sólo captaremos a los jóvenes si les
ofrecemos un espacio relacional enriquecido con prácticas artísticas para que
lo puedan ocupar y disfrutar con sus amigos en una franja de tiempo exclusivo.
Primero hay que eliminar los factores que actualmente los alejan (especialmente
el predominio de los adultos y la formalidad institucional) y luego podremos
seducirlos con nuestras propuestas artísticas (nadie duda del interés potencial
de la música, la danza y el teatro para seducir a los jóvenes). Si hacemos que
los espacios sean acogedores para ellos, seguramente tendrá pleno sentido
invertir en campañas como Escena 25 y Platea que les ayuden a descubrir las
oportunidades que les ofrecen los espacios escénicos.
Jaume Colomer
Publicado en Artez www.artezblai.com
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